martes, febrero 14

La droga más peligrosa del mundo

Será muy convencional el famoso Día de los Enamorados, que se celebra este martes, pero el amor es en realidad lo menos convencional del mundo: cuando es de verdad, destruye todas las leyes y las convenciones. Si lo encuentra, no lo dude: atrévase. Conocerá lo mejorcito de esta vida.

Gran delito es traicionar al amor. Ley implacable y no escrita: aquel que se atreve a traicionarla lo paga caro. Esa es una de las lecciones de la bellísima película de Ang Lee “Brokeback mountain”, sobre el amor entre dos vaqueros, que conmoverá al público chileno desde esta semana. Y no sólo hará correr ríos de lágrimas, sino que también será una advertencia, un aviso, a todos los que alguna vez decidieron traicionar sus sentimientos.

No trata sólo del amor homosexual, sino del amor que, al menos una vez en la vida, golpea y estremece a cualquier mortal. 18 millones de páginas ofrece el buscador Google cuando uno escribe la palabra “amor”. Menos que las casi 25 millones de páginas que aparecen cuando se escribe la palabra “sexo”, quizás porque el sexo puede ser una mercancía, pero el amor ni se compra ni se vende.

Se siente, se padece, se disfruta, pero no tiene precio. Aunque lo quieran transformar en mercancía, como insiste la publicidad de los grandes almacenes, que se frotan sus manos comerciantes esperando el 14 de febrero. El Día de los Enamorados se lo deben los mercaderes a San Valentín, el sacerdote cristiano que murió torturado por orden del emperador romano Claudio II por casar a los jóvenes clandestinamente, cosa que perjudicaba al Ejército imperial, ya que se necesitaban soldados “libres de ataduras” para llevarlos a la guerra y a la muerte.

UNA DROGA NATURAL

Pero eso es mito o historia. Da igual. Aquí lo que importa es el amor, sea cual sea el objeto del amor o su origen. El sentimiento que inspira y trasciende, que provoca la dicha y la desdicha, y que llena de letras tomos incalculables, o se canta una y otra vez, como si fuera el último descubrimiento, y cuya base química los científicos se afanan por descubrir. Dopamina, feniletilamina, norepinefrina son algunas de las que se disparan cuando se produce el fenómeno. Pero son la oxitocina y la vasopresina las que parecen estar en la base del sentimiento que encadena misteriosamente a dos personas, sean cual sea su sexo.

La oxitocina es esa droga natural, una hormona, que tiene el mandato de crear el lazo entre los que se aman, y la vasopresina, también conocida como la droga de la fidelidad, es la hormona que hace que el sentimiento se vuelva exclusivo hacia una persona y excluyente de todas las demás. Funciona en las ratas, los tigres y otros animales, como nosotros. Pero tampoco vamos a hablar de química ni de negocio ni de mitos o de historia.

Aquí hablaremos de la ley del amor y las consecuencias de la traición a esta ley tan severa y que no siempre está de acuerdo con las leyes que se autoimpone la sociedad.

Porque la ley del amor y la ley de la sociedad están escritas en distintos códigos que no siempre son compatibles. Como en el caso del matrimonio. La ley del matrimonio no siempre es la ley del amor. Y por eso hay tantos que se casan simplemente porque hay que hacerlo, porque está bien visto, porque es conveniente, porque les llegó la edad, o por miedo a estar solo. En fin... todas razones poderosas, pero insignificantes cuando irrumpe el amor verdadero.

AMOR LIBRE

Porque del amor hay que rescatar la infinita libertad con que se presenta el sentimiento, que paradójicamente esclaviza al que lo padece. Amor libre: toda una declaración de principios que cuesta compaginar con la vida misma. Como los amores prohibidos. O el caso tan frecuente de esos homosexuales que se petrifican en un matrimonio heterosexual mientras languidecen por un compañero de trabajo del mismo sexo: los amores homosexuales, que han estado vetados y castigados sin piedad, recién en este siglo han comenzado a aceptarse. Sólo un puñado de países (España, Canadá, Holanda, Bélgica) lo acaban de aceptar dentro de las leyes civiles, aunque ha existido desde siempre.

Porque, puestos a prohibir, han prohibido el amor entre personas del mismo sexo, de distintas edades, de distintas clases sociales, de distintas razas y han convertido en delincuentes a aquellos que se han atrevido a obedecer a las leyes de su corazón. Y los que temen más a la ley de los hombres, sean religiosas o políticas, que a la ley de los sentimientos, no irán a la cárcel pública, pero conocerán la condena de no ser fieles a sí mismos.

Porque el sentimiento amoroso tiene el componente de rebeldía: se subleva ante la razón práctica o la razón misma. Y es aquí donde alcanza su máxima expresión. Porque ya es rebelde algo que pone como prioridad al otro antes que nosotros mismos. Va contra la ley natural del egoísmo, que esa que nos hace pensar en nuestro bien antes que en el del prójimo. Y por eso el enamorado quiere el bien del otro, incluso a costa de su propio bien. Y eso es revolucionario.

Y el que no se somete a la ley de la libertad de amar puede estar fraguando su desgracia. Siempre podrá recurrir a las trampas tan habituales, y por todos conocidas y practicadas, como el adulterio, el engaño, o las fantasías que nos permiten acercarnos clandestinamente a nuestras verdades. Y por mucho que la comodidad compense el tedio de un compromiso con poco sentimiento, hay algo en esa autotraición que tarde o temprano puede pasar factura. Ya sea somatizando con colon irritable, por poner algo leve, hasta hacer del cinismo una forma de vida.

NO LO DEJE ESCAPAR

Pocas cifras se pueden dar sobre este tema. No hay estadísticas sobre amores verdaderos. Pero casi todos pueden hablar de su propia experiencia, porque así como el amor asalta por sorpresa a todo el mundo, también todo el mundo puede contar una historia de traición a sí mismo. Por cobardía, por temor, por inoportuno. Y llenas están las conversaciones íntimas entre amigos y amigas de confesiones de amores perdidos o desaprovechados. Sin hablar de la poesía, los boleros o las novelas que así nos lo cuentan desde que existen.

Es cierto que el amor tiene riesgos, pero ya se sabe que la vida misma es un puro riesgo y nadie está seguro de nada. Menos aún del amor. A pesar de todo, son pocos los instantes de la vida tan plenos como aquellos que se iluminan por la pasión amorosa y que reconcilian al universo con nuestra pobre carne mortal. Y con ella, el fantástico descubrimiento del otro, todo un universo diferente al que el enamorado se siente afín y que exorciza la soledad tan sola de cada individuo.

Porque ese es el otro truco del amor: crea la ilusión de estar unido profundamente a otro ser humano. Y a través de esta experiencia el mundo se vuelve ancho y a la vez nos cabe en la palma de la mano. Extraña vivencia que nadie debería privarse de vivir. Aunque a veces el vértigo que produce la avalancha del amor sobre nosotros traiga cascadas de lágrimas. Peor puede ser que la fuente esté seca y no mane ni una sola gota por no poder sentir nada. También el arte es ilusión y, sin embargo, el humano lo crea aunque no tenga beneficio alguno.

Y es que a veces hace falta coraje para sumergirse en el torbellino del sentimiento. Hace falta valor para abrirse el pecho y dejar al descubierto el alma ante el otro. Y perder la vergüenza de mostrarse desnudo por dentro. Sin defensa, sin coraza. Y si es mutuo, poder tocar con los dedos la naturaleza verdadera del otro y sentir que no hay joya más preciosa que la que se ofrece, sin más compensación que la felicidad inexplicable de estar cerca, muy cerca.

Ya la vida nos dará la muerte, pero, antes de que llegue el momento de volver a ser átomos dispersos, que quede en la memoria el que alguna vez algo tuvo sentido. Y que tuvimos el valor de atraparlo. Porque dejarlo escapar será lo que seguramente lamentaremos la vida entera. Porque la ley del amor es feroz y no se conforma con sucedáneos. Sólo lo auténtico vale. Por eso, si alguna vez pasa rozando por su lado, haga como el cowboy de Ang Lee y gire su lazo para atrapar lo único que tiene valor en este mundo: el amor verdadero.

Nación Domingo

Betzie Jaramillo


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